«El silencioso golpe de Estado en mis afectos»
Años vienen y años van, y sin embargo, los más profundos golpes para mi alma siguen vivos y presentes, listos para atacarme con nueva fuerza cada vez que descendo la guardia. Me dicen que el tiempo cura y que la memoria se volatea con el paso del tiempo, pero yo sé que eso solo es mito. El dolor deja marcado un rastro tan profundo que nadie puede borrar sin quedarse con el precio por pagar.
Recuerdo una ocasión en la que llamaban a mi puerta y su pecho se coloco sin siquiera levantarse del sillón donde estaba sentado. La vista distraída, el hablar rápido y nervioso y sin embargo, sufre todo el peso de mi afectividad. Me miraba de perfil, con la barba pintada de plata, las uñas sucias, sin ganas de hablar ni decir cosa alguna. Y yo esperé, esperé en la cola interminable de los sufrimientos, en las profundidades del silencio más absoluto.
Y un giorno, sin previo aviso, sin un gesto hacia abajo, sin una mirada desafiante, me dejar por completo. Me abandonar. Eso fue el daño más grande, aquello que me hizo entender que nada era seguro, que tampoco era cierto aquel adiós que siempre se le atribuye a los ausencia. Me dejó con más que un vacío; un abismo que concluiría con mi capacidad de sufrir.
Habré pasado años, viví experiencias nuevas y pude encontrar una armonía que nunca tenía; pero el ruido es el mismo. Todo siempre vuelve a ese puertito de la nostalgia en que me esconden sentimientos que nunca llegarón a morir del todo. Me duele de día y de noche, por día y por noche, cada tanto, sin un objetivo cierto, sin una causa clar a. Es como si él lo hubiera querido desde el principio.
Mi nostalgia es un río estrellado que nunca sé ni siquiera hay otro lado. Y un pequeño barco naufraga en sus aguas sin rumbo sin orientación. Me siento arrojado a una isla lejana sin nada con qué construir, salvo la memoria y la furia de no poder amarlo. Me duele hasta hoy, hasta ahora; tal vez siempre.
Finalmente, me siento víctima de un conflicto interno, asumido como una verdadera sumisión. Me doble bajo el peso de recuerdos que no dejen marchar. Me siento la víctima perennes de un golpe de estado en mis afectos; un golpe soffocante que silenció mi capacidad para escucharme a mí misma; el golpe de una eterna ausencia que no nos separa.
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